Si juntamos la sabanas de la cama, las atamos y las elevamos más allá de nuestras cabezas, tendremos un fuerte en donde escondernos cuando el dueño venga a cobrarse el alquiler.
Ocultos bajo las mantas, entre nervios y risas cómplices escucharemos los nudillos en la puerta vibrar.
-Hacé silencio. Me vas a decir. Y yo achinada te voy a mirar acostada en el colchón que es nuestro piso de esta nueva casa, que es nuestra y está dentro de la antigua casa que nunca fue nuestra, aunque así nos hicieron creer una vez.
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