lunes, 15 de septiembre de 2014




No, no te voy a llorar. Confieso igual que algo de ganas me dan. Pero siento en algún lugar, léase corazón o alma o qué se yo, que llorarte es sólo una mala interpretación del adiós. De tu adiós.
Fantaseé  con que sea eterno y nuestro, infinito y continuo. Pero la realidad es que no somos capaces de soportar tanta miseria. Tanto egoísmo.
Entiendo que el adiós de una persona es sólo el crecimiento de nuestra alma.
Entiendo que el dolor en el adiós de alguien es consecuencia del sentido de pertenencia que tenemos sobre el otro. Entiendo todo eso. Entiendo que no deba dolerme tu adiós, mi adiós, nuestro adiós.
Fuiste, hiciste sentiste todo lo que debías. Me diste todo lo que quise aceptar. Te amé y me amaste, fue real y existió.
Entiendo, también que tenemos que aprender de nuestro adiós. Porque yo no soy tuya. Y vos no sos, ni fuiste mío. Por eso, estas lágrimas que golpean con fuerza mis piernas, son absurdas.
El amor es tan tóxico, nos convierte en todo eso que decimos odiar. No ves cómo nos envenena de mierda el alma. Nos tapa la realidad. No me digas que soy cruel. Porque si, prefiero que sea amor real. El que desea que seas libre y no el que cree que le perteneces.

Te amo en el adiós que me dejás. Porque sé que es el más grande acto de amor irte.



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