No, no te voy a llorar. Confieso igual que algo de ganas me
dan. Pero siento en algún lugar, léase corazón o alma o qué se yo, que llorarte
es sólo una mala interpretación del adiós. De tu adiós.
Fantaseé con que sea
eterno y nuestro, infinito y continuo. Pero la realidad es que no somos capaces
de soportar tanta miseria. Tanto egoísmo.
Entiendo que el adiós de una persona es sólo el crecimiento
de nuestra alma.
Entiendo que el dolor en el adiós de alguien es consecuencia
del sentido de pertenencia que tenemos sobre el otro. Entiendo todo eso. Entiendo
que no deba dolerme tu adiós, mi adiós, nuestro adiós.
Fuiste, hiciste sentiste todo lo que debías. Me diste todo
lo que quise aceptar. Te amé y me amaste, fue real y existió.
Entiendo, también que tenemos que aprender de nuestro adiós.
Porque yo no soy tuya. Y vos no sos, ni fuiste mío. Por
eso, estas lágrimas que golpean con fuerza mis piernas, son absurdas.
El amor es tan tóxico, nos convierte en todo eso que decimos
odiar. No ves cómo nos envenena de mierda el alma. Nos tapa la realidad. No me
digas que soy cruel. Porque si, prefiero que sea amor real. El que desea que
seas libre y no el que cree que le perteneces.
Te amo en el adiós que me dejás. Porque sé que es el más
grande acto de amor irte.
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